miércoles, 20 de febrero de 2013

Teatro para los niños, felicidad para mí

Desde hace cinco años he intentado que una parte de mi trabajo dentro del ámbito social sea dar clases de teatro a niños. Lo hice en Bruselas por primera vez y continué en Madrid. En Perú busqué dónde hacerlo mucho antes de llegar y se convirtió en una de las mejores experiencias que tuve allí. Ahora trabajo para una conocida ONG como educadora y como por azar, una de mis actividades es dar clases de teatro a niños de 6 años.  Y cada día cuando acabo me reafirmo en mis sentimientos: de todos los trabajos que he realizado en mi vida, dar clases de teatro a niños sin duda ha sido y es, el mejor.
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Subir las escaleras de camino a la clase debe ser un juego. Llegar hasta la puerta es otro más. Entrar a la guarida-clase requiere una contraseña para que la mano-manivela  de la profesora se abra...

Escuchadme, quiero saber cómo os sentís. Escuchad a los compañeros, quien quiera hablar debe tener la pelota en sus manos. Esta será nuestra voz.

"¿Qué tal estás Víctor? ¿Has tenido un buen día hoy?"
"No"
"¡Oh! ¿Qué ocurrió?"
"Que mi padre me ha pegado un tortazo en la comida"
"ah...¿Y eso, porqué?"
"Es que me manché de kétchup sin querer y me pegó en la cara"
Mutis de la profesora.
Que no puede regañar al niño por haberse manchado, ni tampoco hablar mal del padre delante de él.
"Ya entiendo… ¿Te ha hecho daño?"
Que no puede coger al padre a  la salida del colegio para decirle “oiga usted, no sé qué normas rigen en su país, pero en este en el que está viviendo, no se pega un tortazo a un niño de seis años al que se le ha caído un poco de kétchup en el jersey"
"Bueno, una mancha de kétchup en la ropa no importa, ¿verdad? Además lo hiciste sin querer"

Pero la clase debe empezar antes de que cada niño desee fervientemente contar su anécdota particular con el kétchup. La profesora piensa que estas conversaciones del inicio les demoran demasiado casi siempre. Todos los niños a esa edad están ansiosos por hablar, contar cualquier cosa que nada tenga que ver con la pregunta que se les ha planteado.
"¿Sabéis lo que es la violencia?"
"Sí"
"La guerra"
"Pelearse"
"Pegarse"
"Eso es. Hacer daño a los demás o a uno mismo. También insultar. Puedes hacer daño insultando y gritando a otra persona. "
"¿Y sabéis lo que ocurre en el cuerpo cuando gritamos e insultamos? Que el corazón empieza a latir muy deprisa. Nos sentimos nerviosos y veis la pata de esta mesa de hierro? ¿está dura verdad? Pues todo nuestro cuerpo por dentro se pone así cuando nos enfadamos"
"Sí, el corazón empieza a latir así, profe, pum pum pum."
"El corazón se asusta de lo que está ocurriendo en nuestra cabeza y reacciona. A los adultos también nos pasa. Y a veces nos enfadamos mucho entre nosotros, y nos decimos cosas que no deberíamos decir."
"Como el padre de Víctor y la madre de Jesús en el patio"
Casi todos habían sido testigos de lo ocurrido minutos antes en la entrada del colegio. Detrás de la puerta había un tumulto de niños esperando impacientes a entrar, y algunos padres acompañándolos impacientes también porque sus hijos entraran. “Papá Jesús me ha empujado”. La cara angustiada de Víctor eso sí lo advirtió la profesora y también la del otro ,el empujador, victorioso y bien sujeto a la puerta, para ser el primerito en entrar. Nada había de excepcional en la escena salvo el denigrante comportamiento que en esos momentos empezaron a tener los padres de ambos niños.

 "¿Quién te ha empujado, Víctor, dime quien?"

Todo ese cruce de palabras había sido demasiado rápido y absurdo como para impedirlo. “si le tienes que pegar Jesús, le pegas. Tú defiéndete” Las palabras de ambos progenitores caían como piedras sobre el grupo de niños, que perdido su habitual protagonismo, contemplaban la escena sin intervenir “a quien va a pegar, joder. Victor si te pega él a ti me lo dices. A mí hijo no le tocas” y la madre una gitana  jovencísima: “No seas tonto Jesús, si te hace algo le pegas, tú defiendete” . Seis años. Y todos los niños alrededor mirando callados, escuchando esa oda a la violencia.
 La profesora continuaba atónita al otro lado, sin acabar de comprender la historia, con las llaves de la puerta en la mano, dudando. Porque no es la maldita hora y no tiene muy claro si puede abrir o no, pero hay dos padres peleándose, con sus cuerpos y sus cabezas sobresaliendo por encima de la de los niños que les miran aprehendiendo todos los detalles de la escena. Y la profesora siente el movimiento de sus cerebros normalizando la violencia.

"Yo una vez escuché gritos en mi casa por la noche. Pensé que mi madre gritaba por el futbol.  Me levanté y vi a mi padre encima de ella en el suelo pegándola. Y mi madre gritaba y tenía sangre aquí"
"Y te asustaste"
"Sí, me latía el corazón muy rápido"
"¿Y qué hiciste Sergio?"
"Me metí en la cama otra vez"
"¿No avisaste a tus hermanos mayores?"
"No"

La profesora busca las palabras adecuadas. Porque Sergio vive con su padre todavía y es el señor que viene a buscarle de vez en cuando, tan elegante él. El mismo señor que le da un beso al recogerle y le lleva de la mano hasta su casa.

"Creo que tu padre se puso muy nervioso, no se daba cuenta de lo que hacía. Seguro que a él le latía también muy rápido el corazón. A veces…los adultos hacemos cosas que están muy mal. Perdemos el control de nuestra cabeza y de nuestro corazón. Tienes que darle muchos besos y abrazos a tu padre Sergio. Cuando una persona hace daño a otra es porque tiene mucho miedo"

Vamos a empezar la clase, luego hablamos otro ratito. “¡Pero yo también quiero decir algo!” “Pero Gina, no podemos pasarnos la clase de teatro hablando”. “¡jooo!” O  tal vez sí, piensa la profesora, "¿porqué no podríamos pasarnos la clase hablando si es lo que deseamos?" Dejarles hablar hasta que se cansen, dejarles hacer lo que quieren por una vez.

“Todos de pie, vamos a cantar las normas muy alto. Inventemos un ritmo nuevo. Movámonos mientras las cantamos. Sergio ven aquí! Vamos a cantar las normas. Walid, Walid! ¿quieres venir de una vez que te estamos esperando para empezar?”
Círculo. “Cojámonos la manos como hermanos” canta siempre la profe medio en broma. Y empieza a explicar el juego, con un balón rojo en la mano. “Es un juego de concentración en el que hay que estar muy atentos. Así que abrid bien las orejas para escuchar la explicación”. Y mientras explica no lo puede evitar, vuelve a su cabeza la imagen del padre sobre la madre  sujetándola contra el suelo, y la mirada de Sergio detrás de su espalda. Y el ruido de su corazón llenando todo el espacio. También vino la policía dijiste una vez. ¿Fue aquella vez?
Si no estamos atentos, se nos caerá el balón al suelo. Si ocurre querrá decir que no estamos concentrados, entonces empezaremos a contar de nuevo desde el uno. ¿Esto es un círculo o un churro?”  Belén había salido del círculo hacía algún lugar de la clase que ella consideraba más importante que “el churro”. “Belén, ¿por qué estás debajo de la cara triste? “Porque ningún niño te escucha” “Belén… tú tampoco me escuchas, hace un rato que no estás en el círculo”

Vamos a empezar. Los niños se miran a los ojos antes de decidirse a lanzar la pelota al compañero, se demoran en elegir, les gusta hacerlo así. Rápido Sergio, lánzala. Concentración. Miraos a los ojos. Hace falta mirar a los ojos primero David, y no lanzar hasta que la otra persona te mire. ¡Mírame! Y no vale apartar la mirada. Y la mancha de kétchup tan roja como la mejilla del pequeño Víctor. Sus grandes ojos negros y su cabeza rapada. Y lo bien que se le da hacer de marioneta, como se abandona, como confía a sus 6 años. Que no le importa tirarse hacia atrás aunque las manitas de sus compañeros fallen. Y sus piernas parecen de trapo en los brazos de la profesora, y sus brazos puro chicle. Ni pizca de miedo. Y la profesora observa en los niños esa cualidad, y piensa en qué es lo que ocurrirá a partir de aquí y hasta los treinta, para que ya no confíen, para que ya no se tiren de espaldas sin saber si alguien les sujetará. Para que se conviertan por dentro en una barra de hierro, como la de la pata de la mesa. Para que sus cabezas manden en sus corazones. Para que sus corazones no puedan parar si se lo ordenan sus cabezas. Será la torta en la cara porque te manchas de kétchup. Y ya no quieres tirarte para atrás, porque has aprendido que el suelo duele tanto como las tortas con sabor a kétchup.

El grupo consigue pasarse la pelota sin que se caiga hasta diez veces. El entusiasmo descontrolado da al traste con el círculo. Y después del alboroto y patinadas por la clase que acaban con  todo el grupo de niños por el suelo, la profesora consigue que rearmen en círculo de nuevo. El timbre del cuenco tibetano ha sonado y eso significa pausa, significa "sentaos". Cambio de ritmo. Estatuas. “es el momento de la relajación” dice la profesora, pero todos quieren ir al baño. A la teacher siempre se le olvida hacer un descanso, tan emocionada está ella viendo a los niños actuar, accionándolos. Al principio pensó en poner una hora concreta para hacer la pausa, pero los ritmos fisiológicos de los niños a esa edad no entienden de horarios, así que basta con que alguno le diga: "necesito ir a hacer pis", para que ella considere oportuno y necesario hacer un descanso. Además hace tanto calor en la clase que ingerir agua con frecuencia es imprescindible “ Daniela! ¿Cuántas capas de ropa llevas? Quítate una más, estás sudando. Voy a tener que hablar con tu madre, se debe pensar que vas al polo norte a hacer teatro”. “¡Yo también tengo calor profe!” “Quitaos todo eso, parecéis cebollas! ¡tres mangas largas! Os voy a llamar cebollitas. ¿no sabéis que las cebollas tienen muchas capas? El próximo día traeré una y os lo enseñaré. Pues vosotros sois como cebollitas con vuestros innumerables jerséis y camisetas una debajo de otras” “¡Qué no profe, que yo no soy una cebolla!”

“Vamos a tumbarnos boca arriba y a respirar muy profundo. Vamos a poner toda nuestra atención en nuestro estómago que sube y baja cada vez que respiramos. Vamos a contar las veces que respiramos. No te muevas Daniela, he dicho boca arriba. Escuchemos la música. Imaginemos que después de esta clase vamos a hacer algo que nos gusta mucho. Jesús, Javi dejad de reíros, es el momento de la relajación. Imaginemos ahora que perdonamos a alguien que nos ha molestado o hecho daño. Vamos a imaginar cómo le decimos “te perdono” y como le abrazamos. Víctor cierra los ojos. Vamos a pensar en una persona a la que queramos mucho, vemos sus ojos, su cuerpo, como va vestida. Imaginamos que la abrazamos muy fuerte y que ella nos sujeta”


* Todos los artículos de este blog, recogen mis experiencias personales y mi manera de interpretar aquello que vivo, la cual no tiene porque coincidir con la del resto de personas que lean mis palabras. No pretendo ofender a nadie, esto es sólo el reflejo, de una forma de sentir.

4 comentarios:

  1. Qué palabras tan emocionantes, Ma. Qué suerte tienen tus niños de haberte encontrado entre tanto lobo. Si algún día tengo hijos, ya sabes quién va a ser su profe de teatro y su madrina en esta vida, ¿verdad?
    Un besito.

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  2. Buff...tremendas emociones...Yo también te querría de profe para mi Peque.
    Un besote.

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  3. si es que cada vez me gusta más... puedes hacer tantas cosas con los niños atendiendo a su diversidad. Cada día se me ocurren juegos sobre la marcha, ellos me enseñan todo el tiempo, cada clase es diferente, nunca sabes lo que va a pasar, te tienes que adaptar al estado emocional de la clase. Y encima me divierto! La verdad es que lo haría todo el tiempo.

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  4. Simplemente un trabajo maravilloso el que realiza

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