sábado, 16 de marzo de 2013

Espacios en blanco

22 minutos fue el tiempo que pasó hasta que el niño Mario irrumpió en  la clase junto con el jefe de estudios que le acompañó hasta su mesa.

"¿Le has enseñado a la profesora de apoyo tu examen de lengua? ¡venga, enséñaselo!” Él, adulto. Autoritario. En su rol. Muy joven, alto y rubio. Guapo. En plenitud y demasiado cerca de la cara del alumno, pensando que lo hace bien. Cree que aprecia al niño, y yo no diré lo contrario. Pues yo sólo hablo de lo que vi: a un hombre obligando a un niño a enseñarme su examen de lengua de 1,5 de nota,  delante de sus compañeros, callados y complacencientes porque esta vez no "eran ellos" los castigados. Yo observaba y pensaba que un día no muy lejano, este niño ya no significaría nada para este hombre. Y sabía porque siempre ocurre, que el cerebro del niño seleccionaría la impresión más fuerte registrada de la imagen de ese hombre: su mano en el hombro o su humillación. 

 El alumno. Creciendo, lleno de contradicciones, rodeado de cosas que no entiende, su cabeza rinde al máximo y no para responder a exámenes de lengua, si no para entender el mundo. Cuando tu mundo es "distinto" toda tu energía  se va en interpretar las diferencias, lo sé. Este niño. Mirando la mesa compungido, la nuca baja, la caída de ojos exacta que no pueden disimular las personas que están siendo avergonzadas. Sus hombros arqueados hacía adelante  que es la manera inconsciente de proteger el pecho ante el sufrimiento.  El examen dejado con desgana sobre la mesa con la nota más baja posible para que yo lo vea. Y a mí qué. Lo cojo, pero me da igual la nota, lo que me aterra es la humillación a la que está siendo sometido  delante de sus compañeros y de mí. Me siento igual que él, no sé a dónde mirar “Ya te he dicho  que aprendas a pedir ayuda, Mario” son las últimas palabras, duras e imperativas que el jefe de estudios pronuncia, su cuerpo tenso, los brazos rígidos. Y se va veloz dejándome la clase llena de apatía. Dos semanas más tardes Gerald otro alumno, me dirá después de que este hombre entre amenazando a todo el grupo: "ya no me acuerdo de nada de lo que estudié. Me he desanimado".  

Pero supongo que es así, alguien debe representar la autoridad y debe hacer que se cumpla, y que bien que no me tocó a mí.

Me siento detrás de la mesa de la profesora que me separa más si cabe de las emociones de mis alumnos. Repaso el examen de lengua, para descubrir que el problema en él no son los errores cometidos, si no justo los que Mario no ha cometido, porque de las 10 preguntas que componen el examen hay 5 sin responder... 
Es una pena que el jefe de estudios nunca vaya a leer esto, ya que incluso los nombres que uso son ficticios aunque las situaciones son bien reales, me gustaría poder aclararle a este señor, que cuando una persona ni siquiera intenta hacer aquello para lo que está plenamente capacitado, el problema no es de conocimientos, ni de mal comportamiento, si no de  voluntad, la cual está estrechamente ligada a nuestra identidad y a nuestra autoestima.
 
Es la voluntad  la que hace que nos levantemos cada día, la que hace que nos encaminemos al trabajo, al colegio, la que hace que decidamos, la que posibilita que nos expresemos. Afán, costancia, empeño, tesón, intención, deseo, gana, anhelo son sinónimos de voluntad. Cada pequeña acción que realizamos conscientemente nace de la voluntad,  y eso incluye coger el bolígrafo para intentar responder a todas las preguntas de un examen. En  la voluntad de hacer algo está implícita la creencia de que eres capaz de hacerlo. La voluntad nos define, nos impulsa, nos pone en acción, toda nuestra vitalidad física y mental se manifiesta a través de ella.
El examen de Mario, no era un acto de rebeldía, si no más bien una llamada de auxilio. Y los espacios en blanco lo que demostraban eran los espacios en blanco de su propia vida. Hacía tiempo que le veía triste en clase. No siempre me decía porqué, no le gustaba hablar de lo que le afligía, lo hacía con desgana, bajando la cabeza. Tono infantil evasivo. Entiendo. Ese niño está afectado por emociones que se le escapan. Y a mi también. Conocía su historia personal, los educadores contamos con esa información que se supone, puede ayudarnos en nuestro trabajo. Pero yo sólo le ayudo con las tareas 4 horas a la semana, y no se espera de mí otra cosa (¡que os jodan!) así que mi campo de acción para brindarle cualquier apoyo fuera de eso, es limitado.

Mario estuvo separado de su madre los primeros seis años de su vida, le tuvo joven lejos, en otro país, y cuando madre e hijo se unieron de nuevo en España, simplemente no se conocían. La madre había rehecho su vida, y en un mundo de pocas oportunidades, el niño fue una carga inesperada. Cuando le preguntaba sobre su infancia , Mario no me sabía decir con quien había vivido los primeros seis años en su país de origen, no recordaba si había sido su tía o su abuela la mujer que se había ocupado de él. Espacio en blanco. Decidí hablar con la directora aunque ya intuía lo que me diría: que era un niño complicado, con muy mal comportamiento debido a su difícil situación familiar. También me dijo que “afortunadamente” José Manuel, el jefe de estudios le estaba haciendo un seguimiento y conversaba mucho con él. 

 “Veo a Mario demasiado afligido en las últimas tres semanas. Creo que necesitaría el apoyo de un sicólogo. A lo mejor te parece muy fuerte esta palabra pero me parece un niño vulnerable a desarrollar depresión”  (...)
"La historia de Mario es… muy fuerte. “ Creemos que ha sido un niño maltratado en su país, puedes mirarle las marcas que tiene en la cabeza. No sabemos bien que es lo que pasó en esa época de su vida" 
  
Me acordé de las palabras del jefe de estudios: “te he dicho que aprendas a pedir ayuda” hay que saber poco de sicología infantil para decir algo así a un niño de 12 años. ¿Pedir ayuda? ¿no sabe que la premisa para pedir ayuda es saber que te ocurre algo? Si no lo sabemos muchas veces los adultos, cómo exigirle a un niño con la historia vital de Mario, que lo sepa y lo verbalice. Y por supuesto que el niño estaba pidiendo ayuda, cinco preguntas en blanco y el resto contestadas a boleo: ¿no es un claro grito de socorro?
 Cuando acabó ese día la clase, le dije a Mario que quería hablar con él. ¡Pobre! Se temió lo peor. “¡nooo, ¿porqué?! ¿qué he hecho?”. Esto lo repite continuamente incluso cuando has visto claramente que ha hecho algo que no debía, no para de repetirlo. Le cogí del hombro y caminamos por el pasillo. “Me da igual lo que diga el jefe de estudios sobre tu nota y tu comportamiento. En mi clase te portas muy bien y estoy contenta por eso” el niño se relajó y me cogió por la cintura. Entonces me di cuenta de que el jefe de estudios estaba detrás nuestra y lo había odio todo, pero a decir verdad me importó tan poco como la nota del examen  de Mario. En realidad es cariñoso y aniñado para sus doce años y busca tanto el contacto como un niño de 5. Una vez la madre vino a buscarlo y le dije que su hijo se portaba muy bien en mi clase y que era muy cariñoso, "sí, demasiado"  me contestó.

Una semana después, la directora me dijo que la madre de Mario quería mandarle de vuelta a su país porque le costaba hacerse cargo de él. Y porque  Mario representa su otra vida, aquella de la que huyó rumbo a España. Mario volvería para estar con un padre del que sólo conserva la dedicatoria de un viejo libro y con el que hace años que no habla. Desarraigarle otra vez tendrá consecuencias en la mente del niño, en su interpretación del mundo y en cada una de sus acciones futuras. El hijo heredando el sufrimiento de la madre y la madre el de su propia madre, en una cadena que ni el más implicado de los profesores, ni el educador más comprometido puede romper. 



* Todos los artículos de este blog, recogen mis experiencias personales y mi manera de interpretar aquello que vivo, la cual no tiene porque coincidir con la del resto de personas que lean mis palabras. No pretendo ofender a nadie, esto es sólo el reflejo, de una forma de sentir.