miércoles, 19 de diciembre de 2012

Pequeña historia escolar

Este post  es el relato de una experiencia personal vivida por el profesor de primaria Antonio Ferrándiz.

"A niños y niñas en sus primeras etapas de existencia, también después, cuando son adolescentes, e incluso en el inicio de su juventud, les vendemos el modelo del mundo adulto como el objetivo prioritario a alcanzar en sus vidas. Parece como que en realidad no son todavía personas y como si sus intereses y todo lo que configura su mundo, fuera un universo por construir y sin identidad propia. Toda la naturalidad y espontaneidad de esas etapas vitales las vamos dejando por el camino y no por gusto sino como rituales de paso, todos los comportamientos posteriores a esos periodos que se identifiquen con los mismos suelen resultar sospechosos hasta tal punto, que pende en el ánimo de quienes tengan el atrevimiento de no despojarse del todo de ese halo infantil el riesgo de ser tachado de “inmaduro”.
Y esto es una pena porque nuestra vida se va viendo condicionada por ese “qué dirán” que tan poco tiene que ver con el ámbito de relaciones que establecen niños y niñas hasta llegar a su juventud, y lo es porque es fácil comprobar cuántas veces su ejemplo sí que es un verdadero modelo a seguir.

Os cuento una pequeña historia:
Hace unas semanas empecé a trabajar en un colegio como tutor de 6º de Primaria. A los pocos días estando en el comedor observé a un niño de unos 9 años colocando vajilla y cubiertos en las mesas, la tarea la realizaba muy diligentemente, desde luego sin nada que denotara malestar o incordio por ello y eso ya llamó mi atención, así que di por hecho que el chaval lo hacía voluntariamente. Pasados unos días volví por el comedor y allí estaba de nuevo todo hacendoso colocando la cacharrería, pero en esta ocasión reparé en él identificándole como un alumno de origen rumano que días atrás fue a mi clase para llevar el desayuno a un compañero de 6º. De aquel encuentro en mi aula deduje por sus maneras que era un chico espabilado y resuelto, ello a pesar de que todavía presenta dificultades para comunicarse en nuestra lengua.
Pues bien, hoy por tercera vez y ya pasadas tres semanas desde la primera, le he visto de nuevo en el comedor, a su faena, que realizaba con esmero y dedicación absoluta. Pero su continuada presencia ya no me ha parecido casual, ni mucho menos voluntaria, lo que me ha llevado a preguntar a una compañera el por qué de la misma, y entonces me ha confesado con un tono de discreción que ya denotaba un asunto grave, que nuestro alumno había robado el móvil al profesor de Educación Física. Él se ha percatado de que estábamos hablando del tema y un gesto de inquietud se ha reflejado en su expresión. Casualmente la compañera se ha ido y me he visto a solas con el muchacho y no he podido evitar llamar su atención para que se acercara. Le he preguntado qué había pasado a lo que me ha contestado aceleradamente, como para pasar rápido por el asunto, tratando de explicarme lo sucedido; se sentía incómodo, obviamente, pero no obstante no vacilaba en sus respuestas como asumiendo su culpabilidad sin complejos y en ese momento he comprendido que el chaval todos esos días en los que debía estar en el comedor colocando las mesas, como castigo a su acción, lo hacía feliz, casi con gratitud por la oportunidad que el castigo le daba para reparar su grave falta, y allí sintiendo mi brazo apoyado sobre sus hombros tratando de transmitirle el máximo cariño el niño se erguía con la dignidad de quien asume su error y sus consecuencias y de verdad que me ha parecido una persona extraordinariamente hermosa.
Estamos en días prenavideños y los colegios bullen en actividades propias a estas fechas y sin duda ha sido la sincronicidad, que actúa siempre para desvelarnos ciertos misterios de la vida, la que ha obrado para que hoy tuviéramos una salida a la iglesia cercana para ver un nacimiento realmente precioso, y ya allí, dentro del recinto, de nuevo he coincidido con el protagonista de esta historia y juntos hemos realizado la visita, después nos hemos sentado en un banco y me ha dado por hablarle, suave, y tratando de poner ternura en mi tono para decirle que entendía lo que le había pasado. Que claro, continuamente ante nuestra vista se nos ofrece como un gran escaparate, un sin fin de maravillas que deseamos poseer pero que no tenemos y que nos pueden hacer caer en las  peores tentaciones, que en realidad él no era tan culpable y que por tanto, una vez se había sentido tan arrepentido, no debía preocuparse más por la cuestión.
Me he levantado para atender al grupo mientras veía al niño que se acercaba hacia el altar de la capilla en la que nos encontrábamos, yo ya le he observado con despreocupación y con esa complacencia vanidosa de los adultos cuando no sentimos satisfechos por creer que hemos hecho una buena acción de redención con un discípulo. Pero al cabo de unos breves instantes, una niña me ha llamado la atención para decirme que R (nuestro niño) estaba llorando, me he acercado a él, no sin inquietud, y le he preguntado qué le pasaba, la imagen era del todo conmovedora, allí delante del crucifijo, con sus manitas en los bolsillos con un aspecto de desamparo, el chavalín dejaba correr sus lágrimas desconsoladamente, me he arrodillado para tratar de calmarle, al preguntarle de nuevo su vocecita ha dejado escapar estas palabras “profe me siento muy mal, porque me siento muy malo y yo quiero ser bueno”.
Trato de hacerlo ahora, pero en realidad la  escena era  indescriptible, y de una emoción tan profunda que tres compañeras del crío, que alertadas por lo sucedido, rodeaban al muchacho, se han abrazado a él llorando a lágrima viva y yo me he unido al grupo sin poder evitar reprimir las mías, y he sentido que su culpa era nuestra culpa, la de esta sociedad que condena a familias a dejar sus lugares de orígenes para tratar de ganarse la vida lejos de sus patrias y a niños que se ven marginados y desubicados tratando de integrarse en un espacio en un entorno que no es el suyo.
Él, sin duda, robó el móvil, asumió su culpa y su castigo, no el de un mes en el comedor, sino el de su remordimiento, el mismo que siento yo por ser partícipe de esta atrocidad materialista que hace que vivamos tan lejos de los verdaderos valores de humanidad, solidaridad y compromiso con nuestros prójimos"

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